lunes, 17 de noviembre de 2008

a la iglesia no voy más

Soy católico de teta. A mis 35 años, no he podido destetarme de este credo . Intenté hacerlo varias veces en tiempos de escepticismo, pero el miedo a la furia divina me hizo volver al redil. Cómo se acercó a Dios? Las misas dominicales son la vía. Cuando vivía en la casa de mis padres, en el distrito arequipeño de José Luis Bastamante y Rivero, asistía con puntualidad religiosa a la parroquia nuestra Señora de Guadalupe. Mi tía me llevó por primera vez a este templo austero: techo de calamina a dos aguas y una arquitectura sin muchas pretensiones. Era mediados de los ochenta. Caballo Loco había asumido las riendas del país. Claro está que después las perdió. El carisma presidencial no sólo seducía a las mujeres, también a los hombres, estaban sorprendidos por este presidente joven que hizo en el país una suerte de grandísima juerga. Dos años duró el entusiasmo. Después vino una resaca mortal: hiperinflación, corrupción, desabastecimiento, etc.
De esas visitas dominicales, recuerdo a un cura pelado. Mi memoria ha esfumado su nombre. Sus misas no duraban ni veinte minutos. El sacerdote bajaba de su escarabajo veloz y celebraba a la velocidad de un rayo. Luego vaciaba en sus bolsillos, la limosna de los fieles. Tengo el presentimiento que ese era su momento cumbre y orgásmico. Lo entusiasmaba más ese instante que la propia eucaristía. Fruncía el ceño cuando el botín no era generoso. De los evangelios nunca entendí una letra. Mi atención divagaba en asuntos muy terrenales. Mi cabeza era una calculadora. Sumaba los puntos que debía obtener Melgar para campeonar, flashes de goles fallados. Era un rojinegro a morir, hoy felizmente sufro de antropausia pelotera. Los melgarianos no me despiertan la pasión de antes, cuando veo su juego cansino, me vuelvo histérico.
Ya de adolescente y joven he visto pasar a curas argentinos, del Verbo Encarnado. Muy ceremoniosos y pegados a la regla. Más de tres años estuve fuera de Arequipa. Mi fe la profesé en forma muy ambulante en templos de los que ni siquiera pretendo acordarme. Me da flojera.
El domingo pasado volví a Guadalupe. Después de muchos años asistí a la misa de siete de la noche. Salí arrepentido. La celebración duro una hora y media. El sacerdote de ocasión en el evangelio era un predicador imparable. Habló de los talentos, aquellos que Dios te da y tu debes capitalizar al máximo. Debo confesar que me quedó dormido en varios pasajes. Despertaba sobresaltado, pero me tranquilizaba cuando miraba al costado. No era yo el único dormilón. El coro de ronquidos acompañaba los cánticos.
Despertaba y el sacerdote seguía dando vueltas sobre lo mismo. Qué castigo para los que no consigueron asiento. Estuve a punto de pararme. Pero el miedo a la furia divina me contuvo
Esta manera de profesar la fe católica es atroz. La iglesia debería buscar otros mecanismos de mantener el rebaño completo. Los mensajes deben ser concretos y vivos. La época es distinta. Hoy la gente va a la iglesia por tradición pero no por convicción. Mi impresión es personal. A la salida habría que preguntar cuanto entienden de lo que se dijo la homilía. Espero que el arzobispo no me excomulgue por esta herejía.